– Albert Schweitzer o la conciencia del sufrimiento –


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Albert Schweitzer dicen que llevó una vida ejemplar de excepcional dedicación. Médico, misionero, teólogo, maestro organista y erudito en música.

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Según sus palabras:

<<La ética de la Reverencia por la Vida es la ética del Amor ampliada a la universalidad>>

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En su autobiografía, ‘De mi vida y de mi pensamiento’, revela su motivación central:

<<No podía yo menos que sentir con una plena compasión y un gran pesar todo el dolor que veía a mi alrededor, y no sólo de los hombres, sino el de la creación entera. Jamás he intentado apartarme de esta comunidad del sufrimiento. Me parecía totalmente natural que hubiéramos de asumir entre todos la parte que nos toca de la carga de dolor que pesa sobre el mundo>>.

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Al describir sus primeros años dice así:

<<Me parecía incomprensible que hubiera de permitírseme a mí llevar una vida tan feliz, al mismo tiempo que veía, a mi alrededor, a personas que luchaban con la penuria y el sufrimiento>>.

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A los veintiún años, estos sentimientos asumieron la forma de una extraordinaria decisión:

<<Al despertar, me acometió la idea de que no debía aceptar esta felicidad como algo a lo que tenía derecho, sino que debía dar algo a cambio de ella. […] Antes de levantarme, había sellado conmigo mismo el pacto de que me consideraría justificado viviendo hasta los treinta años para la ciencia y el arte, y que a partir de ese momento me consagraría al servicio directo de la humanidad>>.

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Y eso fue lo que hizo. En los años que mediaron comprimió el equivalente de una vida entera de logros. Llevó a la práctica sus ambiciones universitarias en Estrasburgo, obteniendo tres doctorados: en filosofía en 1899, en teología en 1901, y en música en 1905. También fue director del Instituto Teológico, predicaba con regularidad en una iglesia y llegó a ser, además de maestro organista, un experto en la construcción de órganos. Escribió un autorizado estudio sobre Bach, y también el famoso y controvertido libro Investigación sobre la vida de Jesús.

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El biógrafo James Bentley escribe que la música para él era una vocación, tanto espiritual como intelectual. Y cita al propio Schweitzer:

<<En síntesis, sumergir toda tu alma en Bach es exactamente lo mismo que hacer teología>>.

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Al aproximarse su trigésimo cumpleaños consideró las formas posibles de servicio humanitario. Y casualmente (causalmente), echó un vistazo a una revista publicada en París, por la Sociedad Misionera. Entonces escribió:

<<Al hacerlo me llamó la atención el título de un artículo Les besoins de la Mission du Congo (Las necesidades de la Misión en el Congo). […] Mi búsqueda había terminado. […] El resultado fue que decidí poner en práctica mi plan de servicio humanitario directo en África Ecuatorial>>.

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Pero su decisión de sacrificar todo lo que había creado en su juventud en aras de sus ideales… no cayó bien entre quienes le rodeaban. Sus familiares y amigos lo consideraban una locura. Pero Schweitzer actuaba movido no por las expectativas externas, sino por sus propios dictados internos. El brillante erudito se convirtió también en un hombre pragmático de acción.

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<<Mi nueva ocupación no habría de ser hablar del evangelio del amor, sino llevarlo a la práctica>>.

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Tras haber estudiado siete años de medicina, que incluyeron una formación especial en enfermedades tropicales, en 1913 viajó con su mujer, Hélène, que era enfermera, al África Ecuatorial francesa.

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El primer año, trataron a más de dos mil personas en condiciones sumamente primitivas: ¡la sala de operaciones de Schweitzer estaba instalada en un gallinero! Su habilidad y coraje como hombre y como médico se vieron puestos a prueba y estimulados por estas dificultades.

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Necesitó sin reservas de su ‘fuerza de voluntad realmente extraordinaria’ (palabras del biógrafo Werner Picht) para edificar, en muchas ocasiones, con sus propias manos, el recinto hospitalario de Lambaréné.

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Oh, pero sus reglas de hierro… no todo podía ser tan perfecto, ¿verdad? En medio de la jungla, en ese hospital, el doctor ejercía un dominio y control absoluto (dice algún otro biógrafo). Aunque Norman Cousins, que pasó cierto tiempo en África con Schweitzer, resumía así su experiencia:

‘En Lambaréné aprendí que un hombre no tiene que ser un ángel para ser un santo’

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En la vida de este hombre muchas de sus intuiciones más importantes y decisivas le sobrevinieron en forma de revelaciones inesperadas. En septiembre de 1915, mientras remontaba, en una barcaza, un río de África:

<<Al final del tercer día, en el momento mismo en que, al ponerse el sol, íbamos abriéndonos paso entre una manada de hipopótamos, en un relámpago mental, no buscado e imprevisto, se me apareció la frase: -Reverencia por la Vida -. La puerta de hierro había cedido: la senda en la espesura se había vuelto visible. ¡En ese momento yo había encontrado el camino hacia la idea en la que están contenidas la afirmación del mundo y la ética la una junto a la otra!>>

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La primera guerra mundial se había desatado en Europa, y él y su mujer, ciudadanos alemanes en territorio francés, fueron hechos prisioneros de guerra. (En 1924 regresaron a África, donde continuaron durante muchas décadas su trabajo en el hospital.)

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Escribe Werner Picht de aquella época de oscuridad:

<<Fue una revelación en un momento en que los hombres estaban sobrecogidos de horror ante los resultados tangibles del fracaso de la condición humana. Era la palabra de un profeta en un momento histórico de terrible peligro>>.

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Pero al parecer Schweitzer siempre fue optimista, aunque su vida estuviera inmersa en el sufrimiento. Cousins describe el irónico sentido del humor con que Schweitzer disipaba la tensión en el hospital:

<<La verdad es que la forma en que se valía del humor eran tan artística que uno tenía la sensación de que se lo consideraba casi como un instrumento musical>>.

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Pero este optimismo mencionado tenía un contrapeso en su resuelto realismo. Otra cita de su autobiografía:

<<Como tengo confianza en el poder de la verdad y del espíritu, creo en el futuro de la humanidad. La aceptación ética del mundo conlleva una disposición optimista y esperanzada que jamás puede perderse. Por consiguiente, nunca temo enfrentarme con la desalentadora realidad, ni verla como verdaderamente es>>.

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Schweitzer, que llegó a vivir noventa años, recibió muchos honores durante su vida, el más notable de ellos el premio Nobel de la Paz en 1952 (usó el dinero del premio para establecer una colonia de leprosos cerca de su hospital).

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En fin, quien tuviera este envidiable espíritu. Descanse en paz.

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2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. María dice:

    Son apuntes leídos y tomados de un libro de S. Arroyo. Creo recordar…

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  2. Manuel Bazan Hernandez dice:

    estraordinaria investigacion,con puntos claves en la vida de Albert Schweitzer…felicidades

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Es uno filósofo guardando silencio